2022 | Dir. Jaume Collet-Serra | PG-13 | 125 mins. | DC Films / Warner Bros. Pictures
Desde que el “DC Extended Universe” (DCEU) arrancó en el 2013 la ha tenido difícil. Su trayectoria ha sido igual que guiar por una carretera de mi amado país, con to’ y hoyos, boquetes, chichones, parchos y áreas pavimentadas a la perfección incluídas. Entre las 10 películas que lo componen, han predominado las oportunidades perdidas y una que otra excepción que ha destellado grandeza. Todas han recorrido los extremos opuestos (y medios) de la palabra “calidad”. A esta variada colección, se les suma Black Adam (2022), la undécima película dentro del turbulento camino que han atravesado los personajes de DC en sus aventuras en la pantalla grande.
Este spin-off de (la superior) Shazam!, comienza contando la historia de “Teth-Adam”, un chamaquito esclavizado en la ciudad de “Kahndaq”, que inicia una rebelión contra el reinado de “Anh-Kot”. Una vez “Teth-Adam” recibe los míticos poderes de “Shazam” (derivado de las deidades egipcias Shu, Heru, Amon, Zehuti, Aton y Mehen y sus diversos atributos), se transforma en el “héroe” que su pueblo necesita; acabando así con la tiranía que imperaba en la mencionada ciudad. Luego de permanecer 5,000 años inactivo, “Teth-Adam” es “despertado” accidentalmente, topándose con una “Kahndaq” nuevamente oprimida y sometida a manos de una organización criminal llamada “Intergang”. ¿Qué hace “Teth-Adam” al respecto? Desatar su furia una vez más, borrando las líneas entre lo dicta ser un “héroe” y un “villano”, en una actualidad donde los “meta-humanos” existen, son reconocidos y dictan ser muy diferentes a lo que “Teth-Adam” promueve y ejecuta.
Lo más frustrante de Black Adam como película es cómo desperdicia las oportunidades para ser algo distinto y se conforma con ser “una más del montón”. Entre esas oportunidades desperdiciadas, está la “crítica llanita” que se hace sobre las intervenciones militares a países de Medio Oriente en conflicto, con el fin de “estabilizarlos” (o de apropiarse de algún mineral exclusivo de la región). Esto pudo haber sido un punto de partida interesantísimo, viniendo de un personaje cuya etnia y localidad de origen no son “de América”. También, pudo haber servido de alegoría, al ser presentado dentro del género que –actualmente– representa y domina la industria cinematográfica del país con más fama de hacer, precisamente, eso: “(des)estabilizar” otros países. Otra oportunidad que voló a la puta, fue la exploración de la contraparte siniestra de “Shazam” –el denominado “Sabbac”. Sólo tenemos mención de ello a través de un místico objeto, que es parte central de la trama, y por el nacimiento de uno de los villanos más genéricos y pendejos que se ha visto en una película de este tipo en buen tiempo. Ni con eso (que ha sido el “talón de Aquiles” de su competencia, el MCU) se esfuerzan.

De todo, lo más desilucionante es lo safe que se siente “Black Adam” como personaje. Este, ha sido promocionado como la antítesis a un “héroe” tradicional. Un sujeto que no teme “ensuciarse la manos” con tal de que las cosas se hagan como es debido. Alguien que, incluso, “mata”. Pa’ promover un personaje de moral dudosa, hay que tener como protagonista a un actor que acepte (o esté dispuesto) a tomar riesgos, sin importar su nombre, y Dwayne Johnson (Fast & Furious, Jumanji) como el personaje titular no lo hace. Quizás sea por proteger su “marca” y su status de ser la super estrella de acción más grande (y carismática) que tiene Hollywood ahora mismo, pero era necesario explorar más esa personalidad turbia que invitaba a cuestinar los cimientos de un “héroe”, más allá de intimidar con el físico y los one-liners.
A través de los casi 20 años que llevan las películas de superhéroes controlando el cine comercial, hemos visto de todo; más aún, ha sido evidente –en varias ocasiones– su alcance y lo que puede llegar a ser si se salen de la norma (ej. Joker o la más reciente The Batman). Este, quizás, no era el enfoque que buscaban darle a Black Adam, pero sí era uno necesario para que pudiera resaltar más y lograr diferenciarse.

Con to’ y eso en su contra, cumple con ser un entretenimiento pasajero a gran escala, llena de mucho CGI y acción estilosa por las cuatro esquinas. Jaume Collet-Serra (The Shallows, Jungle Cruise) con su dirección, demuestra una vez más que ya está proba’o pa’ “las ligas mayores”. Atrás parecen haber quedado los días en los que colaboraba con Liam Neeson (dirigió cuatro películas protagonizadas por él: Unknown, Non-Stop, Run All Night y The Commuter). El ritmo en el que Collet-Serra cabalga esta película es “a 200 millas en un jet-ski” —flow Bad Bunny–, pero resulta ser beneficioso para el filme. Hace que sean menos evidentes las fallas que carga el sobre-cargado y “genérico” guión. Mención aparte merece la banda sonora de Lorne Balfe (Mission: Impossible – Fallout, Top Gun: Maverick). Sus arreglos retumban como es y son sobresalientes.
No menos importante, Black Adam ejecuta bastante “OK” las convenciones de pertenecer a un “universo cinematográfico”, siendo lo más destacado la introducción del Justice Society of America. Esta versión del grupo está compuesta por “Doctor Fate”, “Cyclone”, “Atom Smasher” y “Hawkman” (siendo el más que me “gustó”, ya que no se sintió tanto como una copia interpretativa de otros superhéroes vistos en pantalla anteriormente). A su vez, salen personajes de otras películas del DCEU y, como cherry de bizcocho, –a mitad de créditos– hay una escena que logra generar el suficiente hype con lo que, supuestamente, vendrá después.
Al final del día, Black Adam sólo “existe y ya”, cuando pudo haber sido mucho mejor que un espectáculo escapista. Por lo menos, no aburre. En ocasiones anteriores, las películas del DCEU han aspirado a abarcar muchísimo y fallar (ej. Batman v Superman: Dawn of Justice), pero al menos se atrevieron –e intentaron– hacerlo. Black Adam optó por el camino seguro. Una vez más, es el comienzo de una “nueva era” para el DCEU. Así que, de ser el caso, esperemos que lo que sea que venga, opte por tener más identidad y ser menos derivado.



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