2022 | Dir. Guillermo del Toro, Mark Gustafson | PG | 117 mins. | Netflix

Mi fascinación y admiración por Guillermo del Toro es bien palpable. Como cineasta no hay otro igual. Su filmografía, principalmente, se ha basado en la exposición de lo sobrenatural ante el poder de las emociones; un amante de los “monstruos” físicos y metafóricos. El exquisito talento que tiene para encapsular lo macabro, místico y fantástico en los visuales y secuencias que acompañan las poderosas historias que suele contar, es una de sus mayores proezas como director. Aparte, de hacer lo imposible, realidad.

El Laberinto del Fauno (2006) y The Shape of Water (2017) son sus siniestros cuentos de hadas. El Espinazo del Diablo (2001) y Crimson Peak (2015) sus tragedias fantasmales. Pacific Rim (2013) es su espectáculo más grande, mientras que Hellboy (2004) y –su secuela– The Golden Army (2008) no tienen comparación con ninguna otra adaptación de comics. Le dio dimensión al vampirismo con Cronos (1993) y una estilosa morbosidad a Blade II (2002). También, desató el terror con las consecuencias de jugar a ser Dios en Mimic (1997) y con Nightmare Alley (2021) expuso al humano mismo como la más vil de las criaturas. En otras palabras, es un prodigio.

Luego de estar en su mente y trabajarla por casi 15 años, ¿qué podía fallar en su adaptación de la eterna historia de la marioneta de madera que quería ser un niño de verdad? Absolutamente nada… Y así fue.

Re-interpretada totalmente a su estilo, Guillermo del Toro’s Pinocchio (2022) está ambientada en Italia, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el dominio del régimen fascista. Ahí, conocemos a un tallador de madera llamado “Geppetto”, quien –además de mostrar agrado por su trabajo– adoraba su faceta como papá. Su hijo se llamaba “Carlo”. Ambos, estaban realizando labores en la iglesia del pueblito donde vivían, dándole forma a una enorme figura de Cristo crucificado. Luego que un bombardeo aéreo le quitara la vida a “Carlo”, “Geppetto” –en su honor– decide sembrar un conito de pino frente a su tumba. Lidiando por años con el duelo y el desconsuelo, corta el pino y fabrica una marioneta a imágen y semejanza de su hijo… Sin imaginarse que al día siguiente, gracias a la magia de una “Hada”, su creación cobraría vida.

Aparte de sus números musicales (resaltando la emotiva Ciao Papa) y el desgarrador final que lleva a las lágrimas, esta Pinocchio toca la misma narrativa de las incontables versiones que se le han hecho a la novela de Carlo Collodi desde su publicación en 1883. La inclusión de un ambiente hostil como trasfondo da paso a que “Pinocchio” pueda lidiar, durante su recorrido, con sus cuestionamientos filosóficos y hallar la humanidad de la que aparentemente “carecía”, pero no paraba de demostrar. Dentro de su ingenuidad, promovía todo lo contrario a lo que imperaba en la época. Era un criatura que no paraba de aprender, des-aprender, equivocarse, resurgir, anteponerse, sacrificarse y manifestar los más nobles valores. Sus conversaciones con la “Muerte” fueron vitales para que esto ocurriera, demostrando que era tan digno de ser “un niño de verdad” como cualquiera hecho “de carne y hueso”.

La Pinocchio de del Toro introduce los mismos personajes (o variaciones/combinaciones de estos) conocidos de otras adaptaciones, como “Sebastian J. Cricket”, quien funge como la conciencia de “Pinocchio” (y narrador de la historia) y el “Conde Volpe”, como el cirquero que engatusa a “Pinocchio” y explota en sus presentaciones. Se le añaden, además, la presencia de un oficial de gobierno, quien quiere hacer de “Pinocchio” el “soldado ideal”. Su hijo, quien lucha entre su inocencia y su deber. La figura de la “Muerte”, como hermana de la “Hada” que le dio la vida en primer lugar, también tiene su lugar y valor en esta historia; y no menos importante: “Spazzatura”.

Pinocchio, como película, es una hermosura en todos los sentidos. Comenzando por su espectacular animación en stop-motion, la soberbia banda sonora de Alexandre Desplant (Harry Potter and the Deathly Hallows), el elenco de voces, la impecable dirección y el enfoque tan maduro que recibe esta inexpirable historia universal. Es un triunfo que no pierde poder ni amor en ningún recuadro, algo que la otra adaptación que estrenó este año no logró para nada.

Definitivamente, es la mejor película animada del 2022. Un regalo que merece ser atesorado por generaciones. Desde que la ví, pasó a ser mi versión definitiva (y favorita) de esta historia. Guillermo del Toro demuestra –una vez más– la gran virtud que posee como director… Un maestro en todo el sentido de la palabra.

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