2023 | Dir. Rob Marshall | PG | 135 mins. | Walt Disney Pictures

Desde que la versión “en carne y hueso” de Alice in Wonderland hizo más de un billón de dólares en taquilla en el 2010, no ha habido película animada que se haya salvado de este tratamiento por parte del mismo estudio. Algunas de estas películas han resultado ser buenísimas (Pete’s Dragon, Cinderella), otras, bastante decentes (The Jungle Book, Aladdin). Dos o tres han servido para re-interpretar historias conocidas (Maleficent, Cruella) o ser propuestas más íntimas (Peter Pan & Wendy, Christopher Robin). Mientras hay unas que se han conformado con ser copy/paste inferiores (Beauty and the Beast, The Lion King), no han pasado desapercibidas (The Lady and the Tramp) o quedado en un prematuro olvido (Dumbo, Mulan). Y, como siempre, están las secuelas que no hacían falta (Maleficent: Mistress of Evil, Alice Through the Looking Glass) y los crímenes contra el séptimo arte (Pinocchio).

Todas se han paseado a través de ambos extremos de la palabra “calidad”, demostrando así que gran parte de ellas, –aunque hagan un zafacón de dinero y cuenten con cualidades destacables– a duras penas pueden escapar de la “sombra” de sus contrapartes animadas. Por tal razón, cada vez que uno de estos remakes se esfuerza por atemperarse y generar el suficiente encanto como para ser apreciable, es digno de mencionarse…

Y a ese renglón acaba de incorporarse The Little Mermaid (2023).

La versión 2023 de esta historia toca las mismas notas que la versión de 1989 (que, a su vez, está basada en la novela de Hans Christian Anderson), en la cual una “sirenita” –llamada Ariel–, en su afán por conocer y explorar el mundo humano, hace un pacto con “Ursula” –una bruja marina– en el que a cambio de su voz, obtendrá un par de piernas. Para permanecer como humana, deberá recibir un genuino beso de amor por parte del “Príncipe Eric” (a quién salvó de ahogarse) en tres días. De lo contrario, será prisionera de “Ursula” para siempre.

El clásico animado de The Little Mermaid es uno histórico por varias razones. Fue la primera película del llamado “Renacimiento Disney” (1989-1999), periodo de tiempo en donde se produjeron varios de los mayores exitazos del estudio. A su vez, fue la primera película en contar con el talento de Alan Menken detrás de la música, el aspecto más memorable dentro de esta época. Las canciones de las películas estrenadas durante el “Renacimiento Disney” son sumamente reconocidas, poderosas y parte de la niñez de todos aquellos que crecimos con estas películas en la década de los 90. A esto, se le añade el icónico diseño de los personajes, sobresaliendo el de la “sirenita” titular, el cual pasó a ser para muchos, (para bien o para mal) el “modelo definitivo” de esta mítica criatura marina.

Indiscutiblemente, su legado es uno innegable. Por fortuna, el equipo detrás de esta The Little Mermaid lo tiene presente y se encarga de respetar y expandir de la forma más orgánica posible su historia, logrando darle nuevos matices y así evocar parte de la magia de la original, sin lastimar la memoria ni el apego del relato que nos lleva encantando por casi 35 años.

Nada de esto hubiese sido posible sin el mayor acierto de esta versión: su elenco. Cortito y preciso, Halle Bailey es un chulísimo deleite como “Ariel”. Con este primer protagónico, logra transmitir –genuinamente– la inocencia de su personaje, ya sea a través de gestos cuando no puede hablar o a través de su cabronsísima voz y calidad interpretativa. Una vez esta mujer canta Part of Your World no hay vuelta atrás. Le quita el aliento hasta a el más incrédulo. Definitivamente, es la “Ariel” caribeña de una nueva generación. De igual forma, ver a Melissa McCarthy (Tammy) como “Ursula”. Su interpretación es una juguetona y malvada. McCarthy hace suya a “Ursula” e, incluso, llega a sorprender cuando le toca entonar Poor Unfortunate Souls. Le queda de show.

Por el lado masculino, Jonah Hauer-King (A Dog’s Way Home) como el “Príncipe Eric” también resalta. Uno de los mejores “cambios” que le hicieron a su personaje fue brindarle un mejor desarrollo que lograra moldear sus motivaciones e identidad. Hauer-King lo interpreta de manera convincente y cuando recae en él la mayoría del diálogo en el segundo acto de la película (el más extendido y que mejor está) consigue gustar con lo que hace, incluyendo cantar. Lo mismo no se puede decir de Javier Bardem (Skyfall) como el “Rey Tritón”. Presencia escénica le sobra, pero le faltó sazón como el “Rey de los Mares” — y padre.

Por último, los personajes en CGI –para mi sorpresa– se “sintieron” como personajes (entiéndase “vivos”). A pesar de contar con diseños dudosos, “Sebastian” y “Scruttle” acaban siendo aciertos dentro de la trama. Su “vida” se debe enteramente al trabajo de voces de Daveed Diggs (Hamilton) y Awkwafina (Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings). Ambos rompen, sobre todo el primero en sus respectivas canciones: Under the Sea y Kiss the Girl. A Awkwafina, por otro lado, le tocó una de las canciones nuevas de la película, compuesta por el bori’ más bori’ de la diáspora, Lin-Manuel Miranda, y el resultado final es súper annoying. Me atrevería a decir que “lo peor” de la película. Totalmente, fuera de tono y estilo.

¿Y al pobre Flounder? Le damos una cintita de participación. No hiere, pero tampoco es muy relevante.

La mayor duda que yo tenía con esta propuesta era la dirección. Rob Marshall no es un director ajeno a los musicales (Chicago, Into The Woods, Mary Poppins Returns), pero en lo que corresponde a producciones de gran escala, había dejado qué desear anteriormente (Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides).

Aquí, a pesar de la sobre-abundancia de escenarios generados por computadora, se percibe como “pez en el agua”. No cambia el juego con sus secuencias, pero sí las mantiene lo suficientemente dinámicas como para no aburrir. Una vez la trama se mueve a “tierra firme”, resalta más su dirección. En resumen, hace un buen trabajo. Mantiene la película con muy buen ritmo a pesar de durar sobre 50 minutos más que la original. Los cambios realizados en la trama son de beneficio para el romance central y hacen que las motivaciones de los personajes estén más delineadas, eliminando parte del cringe que pueda generar algunos aspectos de la original hoy día. Incluso, me atrevería a decir, que en varios elementos supera narrativamente a la animada.

Esto, sumado al poder de la nostalgia, su elenco y música y canciones que no caducarán nunca, hacen que la experiencia de ver The Little Mermaid sea una muy agradable. Jamás recreará la magia que genera(ba) la animación 2D de la Casa del Ratón, pero sí retiene bastante carisma, personalidad y sentimiento como para hacer de esta nueva versión una definitiva para una cepa de cinéfilos y espectadores.

Na’ más con eso, fácilmente, top 5 entre to’ los “live-action remakes… “Y la queso”.

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